jueves, 26 de mayo de 2011

Tema 12: El siglo XVII en Europa y España. El Barroco

1.     Las transformaciones políticas.
1.1. Una época de cambios.
En Europa, el siglo XVII supuso importantes transformaciones: el panorama internacional cambió al sustituirse la hegemonía española por la francesa; la monarquía autoritaria dio paso a la monarquía absoluta, excepto en unos pocos países que adoptaron sistemas parlamentarios; se impuso el mercantilismo económico; el crecimiento de la burguesía comenzó a socavar las bases de la sociedad estamental; se extendió la tolerancia religiosa, y nació la ciencia moderna y un nuevo estilo artístico, el Barroco.
En España reinaron los llamados Austrias Menores; Felipe III (1598-1621). Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700). Durante sus reinados se produjo la progresiva decadencia política, demográfica y económica de la monarquía hispánica, en contraste con el esplendor alcanzado en los campos cultural y artístico.
1.2. EI panorama internacional.
La primera mitad del siglo XVII estuvo marcada por la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Esta se inició como un conflicto alemán que enfrentó al emperador, católico y partidario de la unidad, con los príncipes alemanes, protestantes y defensores de su autonomía. España participó al lado del emperador, y los príncipes alemanes recibieron el apoyo de Francia, Suecia, Dinamarca, las Provincias Unidas,  Países Bajos del norte, e Inglaterra.
Tras ser derrotados, el emperador y España firmaron la Paz de Westfalia (1648). España mantuvo la guerra contra Francia por la hegemonía europea.Tras ser derrotada, firmó la Paz de los Pirineos (1659). Esta paz supuso el fin de la hegemonía española en Europa y el comienzo de la francesa.
Con la Paz de Westfalia terminaba la Guerra de los Treinta Años. En ella, el emperador aceptó el poder de los príncipes alemanes y la tolerancia religiosa en el imperio; España concedió la independencia legal a las Provincias Unidas, y Francia ocupó Alsacia, Metz y Verdún, y, tras la Paz de los Pirineos, el Rosellón. Además, Francia se convertía en la primera potencia del continente.

1.3. Los sistemas políticos.
En el siglo XVII, la monarquía autoritaria dio paso a la monarquía absoluta en la mayoría de los estados europeos, aunque existieron algunos donde no logró afianzarse, como Inglaterra, las Provincias Unidas y Alemania.

1.3.1. La monarquía absoluta.
La monarquía absoluta supuso la concentración de todos los poderes del estado en el rey, que gobernó sin ninguna limitación y sin contar con las instituciones tradicionales, como las Cortes o Parlamentos. Para afianzar su poder, los reyes:
Establecieron una administración centralizada, dirigida desde la Corte; dispusieron de funcionarios que ejecutaban sus órdenes en todo el territorio; y controlaron la economía, la hacienda y el ejército.
Contaron con el apoyo de algunos teóricos de la época. Unos, como Bossuet, afirmaron que las monarquías son de derecho divino, es decir, que el poder del rey proviene directamente de Dios, y sólo a él deben rendir cuentas. Otros, como Bodin o Hobbes, sostuvieron que solo el poder absoluto del rey podía evitar que los intereses de los diferentes grupos acabasen con el orden social.
En Francia, el mejor ejemplo de monarquía absoluta lo representó el reinado de Luis XIV (1643-1715), conocido como el «Rey Sol». Éste gobernó de forma personal desde su fastuosa residencia de Versaltes, concentró los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, y puso en marcha una burocracia que garantizaba la ejecución de sus órdenes en todo el reino.
En España también se implantó la monarquía absoluta, aunque los reyes delegaron el poder y las tareas de gobierno en validos, personas de su absoluta confianza. Además, no se Implantó una administración centralizada, pues cada territorio mantuvo su propia organización.

1.3.2. Las potencias no absolutistas.
El absolutismo fue criticado por algunos pensadores, como el inglés Locke, que defendió la necesidad de que el poder respetase los derechos y las libertades de las personas. Como sistema de gobierno, el absolutismo no se implantó en Inglaterra, en las Provincias Unidas y en el Imperio Alemán.
• En Inglaterra se impuso una monarquía parlamentaria. El intento de los reyes de implantar el absolutismo provocó dos revoluciones del Parlamento para defender sus derechos: la primera (1640) terminó con la ejecución del rey Carlos I (1649), y la segunda (1688), con la abdicación de Jacobo II y la coronación del holandés Guillermo de Orange. Éste, a cambio, firmó la Declaración de Derechos de 1698, que obligaba al rey a cumplir las leyes aprobadas por el Parlamento.
• En las Provincias Unidas, tras la independencia de España se implantó una república formada por siete provincias, cada una con su propio Parlamento. Se reunían en los Estados Generales para adoptar decisiones comunes.
• En el Imperio Alemán, el poder del emperador se vio limitado por la Dieta o Parlamento, que representaba a los príncipes alemanes. El poder de los príncipes se refofzó tras la guerra de los Treinta Años.

1.4. La política interior de los Austrias Menores.
1.4.1.         Los validos.
La principal innovación en el funcionamiento del sistema político de la monarquía española en el siglo XVII fueron los validos. Los validos son personajes, miembros de la aristocracia, en los que el rey depositaba su total confianza. El monarca se desentendía de las labores de gobierno y el valido tomaba las principales decisiones.
Dos razones explican su aparición: las labores de gobierno eran cada vez más complejas y los monarcas españoles del siglo XVII, los Austrias Menores, no destacaron por su espíritu laborioso.  No fueron un fenómeno exclusivamente español. Figuras similares aparecieron en otras monarquías europeas. Los mejores ejemplos fueron Mazarino o Richelieu en Francia.
Los validos gobernaron al margen del sistema institucional de la monarquía, al margen de los Consejos. En su lugar, como órganos de asesoramiento, crearon Juntas reducidas compuestas por sus propios partidarios. El nuevo sistema significó un aumento de la corrupción. Los validos aprovecharon su poder para conseguir cargos, pensiones y mercedes para sus familiares y partidarios, lo que provocó críticas generalizadas por parte, sobre todo, de los letrados que formaban los Consejos y los miembros de la aristocracia que no gozaban del favor del valido.

Validos de Felipe III: Duque de Lerma y Duque de Uceda.
Validos de Felipe IV
Conde-Duque de Olivares y Luis de Haro.
Validos de Carlos II: Padre Nithard, Fernando Valenzuela, durante la Regencia de Mariana de Austria (1665-1675),  Duque de Medinaceli y  Conde de Oropesa (Carlos II).

                Otro fenómeno que se generalizó en la administración española del siglo XVII fue la venta de cargos. Lo inició en épocas anteriores la Corona como medio para obtener dinero rápido. Su uso se extendió con Felipe III. En principio, se pusieron en venta cargos de regidores en las ciudades, escribanías y otros oficios menores. Sin embargo, se llegaron a vender puestos en los Consejos. Estos cargos se convirtieron en hereditarios, lo que en la práctica significó que la Corona cedía parte de su poder a los que detentaban los cargos. Pese a las muchas protestas que hubo, esta costumbre se mantuvo durante todo el siglo XVII.

1.4.2.        Los conflictos internos.
Los Reyes Católicos habían construido el nuevo estado que se había estructurado como un conjunto de reinos unidos por tener los mismos monarcas pero que mantuvieron sus propias leyes e instituciones. Desde el siglo XVI se manifestaron conflictos entre una tendencia centralizadora, que trataba de homogeneizar los territorios de la Corona siguiendo el modelo de reino más poderoso, Castilla,  y una tendencia descentralizadora que buscaba el mantenimiento de las las leyes (fueros) e instituciones particulares de cada territorio. A estas tensiones de tipo político se les vino a unir en el siglo XVII las derivadas de la dura crisis económica y social que sufrió la monarquía hispánica. Felipe III continuó la política de intolerancia religiosa: en 1609 decretó la expulsión de los moriscos. Esta medida afectó especialmente a los reinos de Aragón y Valencia y provocó el despoblamiento de determinadas zonas y falta de mano de obra agrícola.
El valido de Felipe IV, el Conde-Duque de Olivares, trató de que los demás reinos peninsulares colaboraran al mismo nivel que Castilla en el esfuerzo bélico que agobiaba a una monarquía con graves dificultades financieras. España participaba en esos momentos en la guerra de los Treinta Años. Este proyecto de Olivares, conocido como la Unión de Armas desencadenó la crisis más grave del siglo XVII, la crisis de 1640.
La negativa a colaborar de las Cortes Catalanas (1626 y 1632) no impidió que Olivares decidiera llevar tropas para luchar contra Francia a través del Principado. Muy pronto los roces de las tropas castellanas e italianas con el campesinado alentó el descontento que terminó por estallar en el Levantamiento del Corpus de Sangre, el 7 de junio de 1640. La muerte del Virrey fue solo el inicio de una guerra de Cataluña entre los rebeldes catalanes, dirigidos por la Generalitat con el apoyo de Luis XIII de Francia y las tropas de Felipe IV. La guerra civil concluyó cuando Barcelona fue recuperada por las tropas españolas en 1652.
Animadas por la rebelión catalana, los estamentos dirigentes portugueses se lanzaron a la rebelión. Las Cortes portuguesas proclamaron rey al duque de Braganza. Los rebeldes fueron apoyados por Francia e Inglaterra, potencias interesadas en debilitar a España. Finalmente, Mariana de Austria, Madre-regente de Carlos II, acabó reconociendo la independencia de Portugal  en 1668. En plena crisis de la monarquía, hubo levantamientos de tinte separatista en Andalucía, Aragón y Nápoles.  Pese a ser aplastadas todas las rebeliones, excepto la portuguesa, Felipe IV mantuvo los fueros de los diversos reinos.

1.4.3.        La crisis de 1640.
El enorme esfuerzo militar que para la Monarquía suponía las continuas guerras europeas (Guerra de los Treinta Años había comenzado en 1618 y las hostilidades con los rebeldes holandeses se habían reanudado) y la demanda de sacrificios a los reinos que componían la Corona realizada por la Unión de Armas propuesta por el Conde-Duque de Olivares en 1632 precipitaron la crisis de 1640 con dos escenarios principales: Cataluña y Portugal. El fracaso de Olivares para que las instituciones catalanas aceptaran la Unión de Armas no le impidió mandar tropas al Principado al estallar la guerra con Francia. La presencia de tropas castellanas precipitó el estallido de revueltas entre el campesinado catalán. Finalmente el día del Corpus Christi de 1640, grupos de campesinos atacaron Barcelona, asesinaron al virrey y precipitaron la huída de las autoridades.
Asesinado el lugarteniente del rey, representante de las instituciones de la monarquía, la Generalitat presidida por Pau Clarís se puso al frente de la rebelión. Ante el avance de tropas castellanas, los rebeldes aceptaron la soberanía de Francia. Un ejército galo entró en Cataluña y derrotó a las tropas castellanas en Montjüic. El Rosellón y Lérida eran conquistadas en 1642. El dominio de la Francia de Luis XIII y Richelieu acabó con la reconquista del Principado y la caída de Barcelona en 1652. Sin embargo, la Corona Española perdió el Rosellón y la Cerdaña en la Paz de los Pirineos en 1659. Aprovechando la crisis catalana, en diciembre de 1640 se inició la rebelión en Portugal. La falta de ayuda castellana ante los ataques holandeses contra las posesiones portuguesas en Asia y la presencia de castellanos en el gobierno del reino provocó que las clases dirigentes lusas dejaran de ver ventajas en su unión a la Corona española. La rebelión, organizada en torno a la dinastía de los Braganza, se extendió rápidamente. El apoyo de Francia e Inglaterra, ansiosas de debilitar a España, llevó a que finalmente, Mariana de Austria (madre-regente de Carlos II) acabara reconociendo la independencia de Portugal en 1668. También hubo levantamientos de tinte separatista en Andalucía, Aragón y Nápoles.  Pese a ser aplastados todos los movimientos, excepto el portugués, Felipe IV mantuvo los fueros de los diversos reinos.

1.5.            Política exterior de los Austrias Menores: el ocaso.
El siglo XVII fue testigo de la aparición y consolidación de un nuevo orden internacional en Europa. Las guerras fueron una constante del que ha sido denominado Siglo de hierro. La cruel Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y, ligada a la anterior, la Guerra Franco-Española que culminó en 1659 son buen ejemplo de ello.
La Paz de Westfalia de 1648 puso fin a la Guerra de los Treinta Años. Este tratado significó el triunfo de una “Europa horizontal”, basada en monarquías independientes y en la búsqueda del equilibrio diplomático y militar, y la derrota de la idea de una “Europa vertical” , en la que los reinos estarían subordinados al Emperador y al Papa. Más que esto, la Paz de Westfalia supuso el fin de la hegemonía de los Habsburgo (Austrias) en sus dos ramas, la de Madrid y la de Viena, en Europa.
         El reinado Felipe III (1598-1621) fue un reinado pacífico. Agotada España y sus enemigos tras las continuas guerras del siglo anterior, se paralizaron los conflictos con Francia, Inglaterra y los rebeldes holandeses, con los que se firmó la Tregua de los Doce Años. Con Felipe IV (1621-1665) y su valido, el Conde-Duque de Olivares, España volvió a implicarse en los grandes conflictos europeos. La monarquía española participó en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), apoyando a los Habsburgo de Viena (Emperador del Imperio Germánico) y a los príncipes católicos alemanes. El fin de la Tregua de los Doce Años (1609-1621) añadió un nuevo frente al conflicto.
El conflicto se inició con victorias de los Habsburgo, como la toma de Breda a los holandeses y las victorias de Nordlingen y la Montaña Blanca en el conflicto germánico. Pronto cambió el signo del conflicto y las derrotas se repitieron, como en Rocroi ante Francia, mientras que franceses e ingleses atacaban las posesiones americanas. La impotencia de los Habsburgo llevó finalmente al Tratado de Westfalia (1648) por el que se ponía fin a la Guerra de los Treinta Años y en el que España reconoció la independencia de Holanda.
La Paz de Westfalia no marcó el fin de las hostilidades. La guerra continuó hasta 1659 contra Francia. Finalmente en la Paz de los Pirineos (1659), Felipe IV aceptó importantes cesiones territoriales, Rosellón y Cerdaña, Artois... en beneficio de la Francia de Luis XIII. La débil monarquía de Carlos II (1665-1700) fue incapaz de frenar al expansionismo francés de Luis XIV, España cedió diversos territorios europeos en las Paces de Nimega, Aquisgrán y Ryswick. Su muerte sin descendencia provocó la Guerra de Sucesión (1701-1713) al trono español en la que al conflicto interno se superpondrá un conflicto europeo general. La Paz de Utrecht en 1713 significó el fin del imperio español en Europa.

2. La población y las economías europea y española.
2.1. La evolución de la población.
La población europea creció muy poco a lo largo del siglo XVII, pasando de 106 a 130 millones de personas entre 1600 y 1700. Salvo en Holanda e Inglaterra, la población se estancó o decreció, debido a malas cosechas y a una nueva epidemia de peste, que afectó, sobre todo, a los países mediterráneos y del sur de Europa, en los que provocó un grave descenso demográfico.
En España, la población descendió de 7,8 a  6,5 millones de habitantes. Las causas fueron las guerras, las malas cosechas, la epidemia de peste bubónica, la emigración a América y la expulsión de los moriscos  decretada por Felipe III (1609).

2.2. EI mercantilismo y sus tipos.
La economía europea del siglo XVII siguió los principios de la teoría mercantilísta, y se caracterizó por la crisis de la agricultura, la crisis de la industria urbana y la aparición de nuevas formas industriales y el gran auge comercial de Inglaterra, Holanda y Francia, que arrebataron a Portugal y a España su papel de grandes potencias comerciales.
La teoría mercantilista sostuvo que la riqueza de un país reside en la cantidad de metales preciosos que posee. Como esta cantidad es casi constante en el mundo, si un país quería incrementarla debía recurrir al comercio y a la intervención del Estado en la economía. Con el fin de conseguir su objetivo, los estados pusieron en marcha dos medidas económicas:
El impulso del comercio exterior. Esto permitiría la entrada de metales preciosos y evitaría su salida. Para lograrlo, los estados fomentaron las manufacturas o Industrias nacionales, evitaron la exportación de materias primas, impulsaron la producción industrial de artículos para su venta en el extranjero y limitaron la competencia exterior, imponiendo impuestos a los productos extranjeros.
La conquista de nuevos mercados. Para ello, ocuparon nuevos territorios o colonias, que proporcionaban en exclusiva materias primas a la metrópoli, compraban sus productos manufacturados metropolitanos, y crearon compañías comerciales privilegiadas.
El mercantilismo fue adoptado por muchos estados europeos; especialmente, por Inglaterra, Holanda y Francia. En este último país fue impulsado por Colbert, el ministro de Hacienda de Luis XIV, cuya política mercantilista se conoce como "colbertismo”. En España se aplicó un mercantilismo arcaico, llamado bullionismo (deriva del inglés bullón= lingote de oro).
Las compañías comerciales recibían privilegios del Estado, como el monopolio o exclusiva para comerciar con un artículo o con una zona. En el siglo XVII, las más importantes fueron creadas por ingleses, holandeses y franceses para comerciar con las Indias Occidentales y Orientales.

2.3.  La crisis de la agricultura.
En Europa, el siglo XVII se caracterizó por un descenso de la producción agraria debido a las anomalías climáticas, a las guerras y a las deficientes técnicas de cultivo. La crisis afectó sobre todo a la Europa oriental y mediterránea. Solo en los Países Bajos e Inglaterra se adoptaron nuevas técnicas para conservar la fertilidad del suelo, como la sustitución del barbecho por plantas forrajeras y la selección de especies.
En España, a los motivos anteriores se sumó la expulsión de los moriscos, que privó a la agricultura de una mano de obra especializada y provocó el abandono de ciertos cultivos, como los de huerta, en favor de los cereales.

2.4. La artesanía y las nuevas formas de producción.
En Europa, la artesanía urbana entró en crisis, debido a que el estricto control establecido por los gremios impedía su desarrollo. Por eso, muchos países europeos desarrollaron nuevas formas de producción al margen del control gremial. Las más importantes fueron el trabajo a domicilio y las manufacturas;
• En el trabajo a domicilio, o domestic system, la producción se realizaba en el hogar del campesino por encargo de un comerciante.
• En las manufacturas, la producción se realizaba en grandes talleres, donde se reunían numerosos artesanos. Estos llevaban a cabo sus tareas de forma manual y recibían un salario del empresario.
En España, la industria tuvo un desarrollo escaso, pues las riquezas procedentes de América en el siglo anterior no se emplearon en promoverla. El atraso técnico hizo que se perdieran los mercados exteriores, y la crisis demográfica redujo la demanda interna. Todo ello provocó una fuerte crisis de los gremios.

2.5. El comercio. Transformaciones en el colonialismo.
En Europa, el comercio alcanzó un gran desarrollo, especialmente en Holanda, Inglaterra y Francia. Estos países consiguieron crear sus propios imperios coloniales, introducir mercancías en los imperios portugués y castellano, y fundar grandes compañías comerciales que tenían el monopolio para comerciar con una zona geográfica o con un producto.
El auge del comercio estimuló en estos países el desarrollo del capitalismo comercial y financiero: aumentó la circulación de moneda, fomentó el crédito, favoreció la creación de sociedades por acciones y permitió el nacimiento de importantes bancas, como las de Amsterdam y Londres.
Portugal y España, en cambio, perdieron su anterior predominio comercial. En España, el comercio con América decayó por varios motivos: la gran extensión del contrabando, el comercio ilegal mantenido por otros países europeos con las Indias, y los ataques de los piratas a las flotas comerciales. El resultado fue una drástica reducción de la llegada de metales preciosos de América.
(CONTEXTO DE LA NOVELA Yo, que maté de melancolía al pirata Francis Drake)
                2.6. Piratas, corsarios y bucaneros.
En el siglo XVII, los grandes enemigos del comercio español con las Indias fueron los piratas, los corsarios y los bucaneros.
Los piratas eran delincuentes que robaban por cuenta propia a los barcos de las rutas comerciales, sin discriminar la nacionalidad de los barcos atacados.
Los corsarios eran marinos particulares, contratados y financiados por un Estado en guerra para causar pérdidas al comercio del enemigo. Los buques corsarios eran de propiedad privada, a los que Francia, Holanda y, sobre todo, Inglaterra daban patente de corso para actuar como buques de guerra: a cambio, una parte del botín conseguido era para el Estado que daba la patente.
Los bucaneros aparecieron desde 1623 en partes deshabitadas de La Española. Formados por grupos de marineros de varias nacionalidades desembarcados o huidos, negros fugados e indios asimilados, en sus inicios se dedicaron a la caza de ganado salvaje. Después, muchos terminaron haciéndose piratas los llamados filibusteros, que desde sus guaridas secretas del Caribe atacaban el tráfico naval y los puertos Importantes de ese mar. Sus principales centros fueron Jamaica y la pequeña isla de Tortuga.
3. La evolución de la sociedad y la vida cotidiana.
La sociedad europea y española mantuvieron su estructura estamental, pero la crisis de la agricultura y de la artesanía originó numerosos conflictos sociales, sobre todo a mediados del siglo XVII.

3.1. Los grupos privilegiados.
La nobleza europea se convirtió en cortesana y buscó la proximidad y el favor del rey. Vivía de las rentas de sus propiedades agrarias, por lo que se vio muy afectada por las frecuentes crisis agrarias del siglo. Para compensar el descenso de sus ingresos, incrementó las rentas y las exigencias al campesinado. En España, el número de nobles aumentó, debido a los numerosos títulos concedidos por los Austrias Menores. No obstante, fue una nobleza poco dinámica, que apenas participó en la administración del Estado.
El clero siguió manteniendo su división entre un alto clero, cuyo modo de vida era similar al de la nobleza, y un bajo clero, que vivía de forma parecida a los grupos populares.

3.2. La diversidad del tercer estado.
El campesinado era libre en Europa occidental y estaba sometido a servidumbre en Europa oriental. Su situación empeoró en ambos casos, debido a las guerras, las crisis agrarias y el incremento de las rentas por parte de los señores.
La burguesía comercial y de negocios presentaba grandes diferencias entre los distintos países. En los de Europa occidental era numerosa, incrementó su riqueza y colaboró con las monarquías absolutas, pues garantizaban sus negocios. En España, la burguesía era escasa, y buscó invertir sus beneficios en la compra de tierras y títulos y en emparentar con la nobleza.
Entre los grupos urbanos, los pequeños comerciantes y artesanos se vieron negativamente afectados por la crisis de la artesanía tradicional, que los empobreció o los dejó sin trabajo. En las ciudades surgió también un nuevo tipo de trabajador, el obrero de las manufacturas, cuyas condiciones de vida fueron lamentables, y aumentó el número de pobres, mendigos y vagabundos.

3.3. Mentalidad y cultura en el Siglo de Oro.
La sociedad española siguió marcada por los valores aristocráticos y religiosos de la mentalidad colectiva en la centuria anterior. Así, valores típicamente nobiliarios como el “honor” y la “dignidad” fueron reivindicados por todos los grupos sociales. Un ejemplo de esta mentalidad fueron los duelos, costumbre generalizada que a veces tenía lugar por las ofensas más nimias. Cualquier atentado al honor de un noble llevaba inmediatamente a dirimir la cuestión mediante la espada. Hubo que esperar al siglo XVIII para que se prohibieran legalmente los duelos. Unido a lo anterior se extendió el rechazo a los trabajos manuales, considerados “viles”, es decir, que manchaban el “honor” y la “dignidad” de aquel quien los ejercía.
Esta mentalidad se apoyaba en los múltiples privilegios que detentaba la nobleza (exención de pagar impuestos directos, no poder ser encarcelados por deudas, no ser torturados, ser enviados a prisiones especiales… Los privilegios llegaban hasta el cadalso: los nobles no podían ser ahorcados y tenían el “privilegio” de morir decapitados. Esta mentalidad llevó a que, exceptuando ciudades mercantiles como Cádiz o Barcelona, no se pueda hablar de la existencia de una burguesía (mercaderes, fabricantes) con mentalidad empresarial que promoviese el desarrollo económico, tal como estaba ocurriendo en Inglaterra, Holanda… Las gentes con medios económicos, en vez de hacer inversiones productivas en la agricultura, el comercio o la artesanía, tendieron a buscar el medio de ennoblecerse, adquirir tierras y vivir a la manera noble. Toda esta mentalidad debe enmarcarse en un contexto de pesimismo y de conciencia de la decadencia del país. En lo referente a la cultura, España vivió una época de auge sin precedente. Iniciado el siglo con la figura de Cervantes (1547-1616) y su "Quijote" (1605 y 1614), las letras hispanas brillaron con figuras como Quevedo, Lope de Vega o Góngora. La pintura española del Barroco es una de los momentos claves de la historia de la pintura mundial. Los nombres de Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano, Ribera o Murillo muestran el momento de apogeo del arte barroco español.


4. El arte Barroco. (libro págs. 297-298)
5. La literatura Barroca en España. (libro págs. 299-309)

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